La velada avanza entre risas, añoranza y tebeos. Tanto Guiral como Areces me regalan grandes lecciones sobre viñetas gracias a sus amplios conocimientos. Entre tema y tema, irremediablemente, abordamos la figura de Ibáñez, hablando sobre sus personajes, su inagotable sentido del humor y su infatigable capacidad de trabajo. Mientras Guiral goza haciendo un repaso de la extensa carrera profesional del maestro, Areces hace lo propio al recordar sus portentosos y consagrados dibujos originales, tan buscados por muchos, entre los que me incluyo. Los tres hemos tenido la suerte de poder conocerle en persona, de tratarlo de tú a tú, e incluso, de haber compartido algunas cervezas con él, así que, todo lo que vamos exponiendo durante la velada es con conocimiento de causa.
Y el sonido del timbre se cuela por mis oídos otra vez. Ya tenemos aquí al tercer asistente de la lista. Guiral y Areces se lo están pasando pipa y se hacen mutua compañía, así que no notarán mi ausencia mientras me levanto a recibir a mi nuevo invitado. Al abrir la puerta se me corta la respiración. Entro en una especie de shock temporal del que me cuesta salir. Cuando vuelvo a ser capaz de recuperar el habla, aunque de forma atropellada, pronuncio el nombre de aquella leyenda viva que tenía ante mí y que había sido mi referente desde que tenía 4 o 5 años. ¡Ib… Ib… Ibáñez, Francisco Ibáñez! Mi alegría no podía ser mayor. ¿Quién soy yo para que el gran Ibáñez haya dejado de lado a sus agentes de la T.I.A. para estar presente en mi fiesta? Toda muestra de agradecimiento era poca, y más, cuando me hace entrega de aquel dibujo original que sujetaba en sus manos. Cuando me reúno de nuevo con Guiral y Areces, al ver a mi acompañante, ambos dan varios saltos de felicidad. No había cosa que nos hiciera más ilusión que continuar repasando la trayectoria de Ibáñez, pero esta vez, contada por él mismo.