domingo, 13 de octubre de 2013

CRÓNICA DE UN VIAJE A VALENCIA, 1ª PARTE. DEDICATORIA DE IBÁÑEZ: SACARINO



En el momento en que llegó a mis oídos la noticia de que Ibáñez firmaría en Valencia, empecé a hacer planes de mi revisita a esta bonita ciudad. No era la primera vez que pisaba suelo valenciano, pero la excusa de ir a saludar al maestro me brindaba la oportunidad de volver a hacer un poco de turismo entre sus calles.




Llegó la mañana del sábado 28 de septiembre de 2013. Ibáñez estaría firmando ese mismo día en la Fnac de la calle Guillem de Castro desde las 18:00 hasta las 20:00 horas.

Eran las 04:45 horas, y aquel maldito cacharro (más conocido como despertador) empezó a sonar como un loco. Era la hora de ponerse en pie y de despegarse los mocos de la cara.

Varios minutos después, ya tenía todo listo para emprender mi viaje. Mi pobre vehículo llevaba varios días dándome quebraderos de cabeza, así que tenía que contar con la posibilidad de que, esa misma mañana, no quisiera ponerse en marcha. Y dicho y hecho. Tras varios intentos, aquel montón de chapa y cristales no arrancó.

Bueno, tocaba tranquilizarse, no perdamos los nervios. Eran las 05:30 de la mañana e Ibáñez no aparecería por la Fnac hasta las 18:00 horas. Así que tocaba sacarse el as de la manga y poner en marcha el plan B: el tren.

Tuvimos que esperar (no hablo en plural porque pertenezca a la realeza, sino porque mi mujer venía conmigo) hasta las 07:00 horas a que pasara el primer autobús que nos llevara hasta la estación, así que volvimos a casa y nos pusimos a ver una serie de dibujos animados de lo más absurda (no recuerdo su nombre).

Se iba acercando la hora, así que tocaba ponerse, de nuevo, en marcha. El autobús pasó puntual por su parada (07:01 horas) y, 20 minutos más tarde, ya habíamos aterrizado en el centro de la capital murciana y emprendimos nuestra caminata hacia la ansiada estación de Renfe.

El tren de las 06:35 ya no lo pillábamos (lógicamente), así que tuvimos que esperar al siguiente, que salía a las 08:34 horas. Un descafeinado de 1,35 euros hizo que la espera se hiciera más amena. Llegó la hora y subimos al tren. Nos acomodamos en nuestros respectivos asientos y dejamos que aquellas 3 horas y media de viaje pasaran lo más placenteras posible. Y así fue.





Mi reloj marcaba las 12:05 horas y pusimos el primer pie en suelo valenciano. Cargado de una bolsa con algunos cómics (y una sorpresa), de mi cámara de fotos y de un plano sacado de Internet donde me encargué de marcar los puntos más destacados de la ciudad, empezamos nuestra breve visita al casco antiguo de Valencia: Ciutat Vella.








Llegó la hora de comer. No se haría justicia si sobre los platos de nuestra mesa del restaurante no hubiese unas buenas raciones de paella valenciana. Y así fue. Con la panza llena de granos de arroz y cerveza, continuamos nuestro tour abarcando algunos rincones que aún quedaban sin explorar. 





El “din-don” de algún campanario de la zona nos avisó de que la hora señalada esta cada vez más próxima, así que había llegado el momento de dirigirse hacia la Fnac y de empezar a echar raíces en aquella cola que, pese a que aún faltaba para la cita, ya empezaba a formarse en la puerta de la tienda.

Eran las 16:30 horas y ya había 15 personas haciendo cola, así que nosotros ocupábamos los puestos 16 y 17. La espera prometía ser larga, así que nos tiramos en el suelo de cualquier manera y dejamos que las agujas del reloj continuaran su camino. Conforme iba avanzando la tarde, aquella cola se hacía cada vez más larga, tanto, que incluso llegó a ocuparse gran parte de la acera que accedía a la tienda. 





Y llegaron las 18:00 horas. Los que esperábamos sentados en el suelo nos pusimos en pie. Los que ya estaban en pie, siguieron en esa posición. Todos esperábamos impacientes.

Sobre las 18:05 horas, entró un primer grupo formado por unas 10 personas (era la primera vez que veía este sistema de organización en una firma). El segundo grupo (en el que me incluyo), se hizo más de esperar, pues no nos dieron acceso hasta bien entradas las 18:30 horas. Una de dos: o estaban colando a gente a cascoporro, o alguien se tomó la libertad de hacerle alguna entrevista al maestro en pleno horario de firmas.

En fin, polémicas aparte, entramos, por fin, en la sala de actos donde se encontraba Ibáñez esperando al otro lado de la mesa. Nada más entrar allí, ya nos hicieron una severa advertencia: el maestro sólo firmará un álbum por cabeza. Y yo llevaba dos (y mi mujer otros dos). “Ya nos han jodido” pensé. Así que tocó racionar las dedicatorias.

Y llegó mi turno. Me postré ante él y le saludé. Al principio no me reconoció, pero tras identificarme, enseguida le puso nombre a mi rostro. Y le cambió la cara. Aunque nunca había dejado de sonreír, desde ese momento, lo hacía con más intensidad. Y empezó a contarme anécdotas mientras movía aquel rotulador a una velocidad de vértigo. Mi dedicatoria prefiero dejarla para la segunda parte de esta entrada, así que ahora me voy a centrar en la que le hizo a Lorena, mi mujer. 





Y hasta aquí puedo contar por ahora. La semana que viene conoceréis el desenlace de esta peculiar aventura y sabréis lo que le puse a Ibáñez sobre la mesa para que me dedicara. De haberlo dado a conocer delante de tantos fans del maestro hambrientos de un dibujo suyo, habría visto peligrar mi integridad física y, por supuesto, la de aquella sorpresa que no solté de mi mano en ningún momento.

Así pues, continuará…

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