Qué mejor forma de inaugurar este año 2022 que poniendo frente a mi grabadora a uno de los grandes historietistas que ha dado este país. Don Josep Solana Zapater, así figura en su DNI, pero todo el mundo le conoce por el acrónimo creado por las dos primeras letras de su nombre y las dos de su primer apellido: Joso. Ser humano entrañable y cercano, generoso en abundancia, alegre y rebosante de energía, así es el creador de Los Cacos de Joso, quien ha demostrado que tiene un sentido del humor envidiable y una de las mejores memorias de España.
Aunque dibujó infinidad de historietas (Don Cuplé, Lidia y su hermanito Jaimito, Pepito Almendritos, Blanquita Ese…) para algunas de las mejores revistas y editoriales de la época (Marco, Crisol, Bruguera…), lo suyo siempre ha sido el chiste. Miles y miles de chistes nos han acompañado y nos han hecho reír a lo largo de muchos años. Y es que Joso se atreve con todo, desde un sencillo dibujito de formato más bien pequeño donde hallamos a un individuo solitario a una titánica ilustración protagonizada por mil y un personajes en donde cada uno de ellos desarrolla un gag distinto y, por lo tanto, una situación desternillante.
Cierto día de 1982, se lió la manta a la cabeza e hizo realidad su gran sueño de toda la vida: montar su propia escuela de cómic. Este proyecto, pionero en nuestro país, no sólo ha sabido sobrevivir al paso de los años, sino que también ha ido creciendo hasta límites insospechados. Escola Joso, así se llama, cumple este 2022 la friolera de 40 años, así que la publicación de esta entrevista se ajusta como anillo al dedo.
No me extiendo más y dejemos que sea el propio Joso, a través de unas cuantas preguntas preparadas a conciencia por un servidor, el que nos llene la mente de recuerdos imborrables e imbatibles al paso de los años. Él es una leyenda viva; él así lo vivió y ahora así nos lo cuenta. Por lo tanto, prestemos mucha atención y no perdamos detalle…
JUAN A. ROS: ¿Cómo era su vida antes de consagrarse en el dibujo? ¿A qué se dedicaba?
JOSO: ¿Sabes qué pasa? Que como yo empecé tan jovencito, la vida antes de ser dibujante profesional era una vida de juegos con los amigos, como cualquier otro niño. Y ya empecé desde muy jovencito a hacer cómics. Iba al colegio, con los chavales y tal, y cuando llegaba a casa hacía historietas que, luego, al día siguiente, las llevaba al colegio y muchas veces algún profesor me decía: “Oye, hazme otro para mí”. Y como yo no sabía ni que existían las fotocopiadoras, lo volvía a dibujar todo de nuevo, así que imagínate. Y a lo mejor del mismo cómic, que debía tener 3 o 4 páginas, hacía 5 copias, todas iguales. Era divertido. O sea, que siempre he estado dibujando.
J.A.R.: ¿Qué opinaba su familia sabiendo que tenían un dibujante en casa?
J.: ¡Muy bien, muy bien! O sea, que estaban muy contentos. ¿Sabes qué pasa? Que de jovencito casi ni se daban cuenta. Decían: “Mira, tiene esta facilidad, qué gracia, ¿no?”.
J.A.R.: Entonces enseguida se convirtió en dibujante profesional…
J.: Así es, empecé muy pronto a poder dibujar ya en plan profesional. Enseguida, a través de un periodista, un tal Enrique Rubio, no sé si tú lo has llegado a conocer, ¿te suena?
J.A.R.: ¡Por supuesto! Destacó en prensa, radio y televisión. Fue todo un pionero en Televisión Española. Le recuerdo al frente de varios programas.
J.: ¡Eso es! Pues tenía una revista de sucesos que se llamaba ¿Por qué?, y en la última página me dijo: ¡Haga algo!, y se me ocurrió poner Los cacos de Joso. Y fíjate, esos cacos se hicieron famosos porque salían cada semana en la revista. Y a través de este señor, de este periodista, conocí a Federico Gallo, que también era muy importante en el mundo de la televisión, y allí me metieron.
J.A.R.: ¿En qué consistía su trabajo para la pequeña pantalla?
J.: Empecé a dibujar para un programa que se llamaba Estilo. Luego para otro programa que era de deportes. Después vino aquel programa que se llamaba Reina por un día, ¿te suena?
J.A.R.: Empezó a emitirse en marzo de 1964, y está considerado el primer reality de la televisión.
J.: Te las sabes todas, ¿eh?
J.A.R.: Digamos que vengo preparado (risas).
J.: Pues en aquel programa yo hacía los dibujos de todo lo que quería la reina. Si la reina quería ir en carroza, pues yo la dibujaba montada en una carroza, que luego quería ir a ver un espectáculo, pues yo la dibujaba yendo a ver ese espectáculo… En eso consistía mi trabajo, y claro, tanto mi familia como la familia de mis amigos quedaron impresionadas por esto de dibujar por la televisión. Piensa que en aquella época sólo había una, y entonces lo que salía por allí lo veía toda España. Empecé muy pronto a que la gente me conociera y tal. Fue muy divertido.
J.A.R.: ¿Recuerda a qué edad entró en la televisión?
J.: Pues yo debía tener unos 15 años…
J.A.R.: ¿Duró mucho esta experiencia?
J.: Hasta los 18. Fue muy divertido y muy apasionante.
J.A.R.: Pero nunca abandonó la historieta…
J.: Eso nunca. Debía tener unos 16 ó 17 años, más o menos, cuando empecé a dibujar para Mata Ratos, La Risa… todos estos. ¿Sabes qué pasa? Que como hace tantos años, cuando tú me preguntabas cosas sobre la Editorial Marco momentos antes de comenzar con la entrevista, tengo que decirte que no me acuerdo ni del señor Marco ni tampoco cómo era. Sí recuerdo que la editorial era un sitio donde había un olor muy fuerte a tintas de imprenta. Esto sí que lo recuerdo, pero no recuerdo casi nada más. También recuerdo que conocí a unos cuantos de los dibujantes que trabajaban allí: a Raf, a Ibáñez, a algunos de estos, pero la memoria me falla aquí. Porque debía tener unos 15 o 16 años.
J.A.R.: Claro, hablamos sobre mediados de los cincuenta, aproximadamente.
J.: Claro, claro.
(Imagen: Tebeosfera).
(Imagen: La Burbuja de Alejandro).
J.A.R.: Sigamos en su niñez, en su época de juegos con los amigos. ¿Recuerda cuál fue la primera historieta que dibujó antes de convertirse en profesional?
J.: ¿No profesional?
J.A.R.: Efectivamente, como aquellas que dibujaba por quintuplicado para el colegio (risas).
J.: Esto sí que lo recuerdo. Era sobre un equipo de fútbol. Fíjate, nosotros éramos un grupo que nos divertíamos jugando al fútbol con unos botones. O sea, a esos botones les pegábamos una banderita y cada uno tenía su equipo. ¿Sabes a lo que me refiero? Entonces me acuerdo que yo tenía un equipo que se llamaba Olimpic, e hice un tebeo, un cómic, de la historieta de mi equipo de fútbol. Además, en el cómic todos tenían una cara, un personaje, incluso me acuerdo de los nombres. Estaban el Eric, el Robert… Eran muchos, y a todos les poníamos nombre y yo los representaba jugando con el equipo, incluso les pasaban cosas.
J.A.R.: ¿Qué tipo de cosas?
J.: A ver… Recuerdo que había un historieta que… que… ¿Qué paso, qué pasó…? Me acuerdo de una cosa que… ¡Ah sí!, que raptaron a dos jugadores de mi equipo y, ostras, el equipo perdía todos los partidos hasta que la policía los rescató. Ya sabes, historietas de estas de chavales. Esta fue mi primera historieta como no profesional.
J.A.R.: ¿Y su primera historieta publicada?
J.: Bueno, ¿publicado…? No sé si tú sabes la historia. Resulta que Editorial Bruguera tenía a todos los grandes del humor que eran el Peñarroya, el Cifré, el Conti, el Escobar… Toda aquella gente. Y de repente, aquellos se sintieron muy valientes porque se ve que todo el mundo les decía que eran muy buenos y tal, y la Bruguera se quedaba con los derechos. Entonces contactaron con… Por lo que me decías antes veo que tú ya oíste hablar de la agencia publicitaria Crisol. Pues contactaron con este señor y fundaron la revista Tío Vivo. Pero chico, el Tío Vivo… Sí, sí, los primeros números eran estupendos porque claro, estaba dibujado por ellos y, además, se esmeraban mucho. Los dibujos estaban muy bien hechos y tal. Pero la Bruguera, como era muy fuerte, les dijo a los quiosqueros: ¡Eh, cuidao! Este cómic que sale ahora, el Tío Vivo, ponedlo detrás y los nuestros delante… Se refería a sus revistas. Al Pulgarcito, el DDT, todos esos, y oye, fracasó, fracasó, no se vendía, y tuvieron que, con las orejas agachadas, volver a la Bruguera. Imagínate, y encima tuvieron que pedir perdón: Bueno, hemos fallado. Y claro, el dueño de Crisol… Espera, ahora no recuerdo el nombre de este señor. ¿Tú te acuerdas?
J.A.R.: ¡Claro! Freixa Jové… José María Freixa Jové.
J.: ¡Freixa, eso, eso! Bueno, pues éste se quedó solo. Entonces estaba el Enrich. ¿Te acuerdas de uno que firmaba como Enrich, que hacía El Caco Bonifacio? Pues éste se quedó en Crisol. Como no era tan famoso no volvió a la Bruguera, y se encargó de buscar a dibujantes para continuar con el Tío Vivo, que se había quedado sin dibujantes. Entonces, a través de escuelas de dibujo, fue contactando con todos… Cubero, Joso (yo), Pañella… no sé si le conoces.
J.A.R.: Vicente Pañella, el creador de Raskalana, aquel faquir tan divertido.
J.: Pues éste era un chico que estaba un poco locuelo y firmaba como Pañella el loco. Así pues, todos estos y algunos más formamos de nuevo el Tío Vivo. Entonces yo tenía en la parte de atrás un chiste cada semana que era El Sabio Eureka, y en la parte de dentro salía Lidia y su hermanito Jaimito, y muchos chistes. De forma semanal, cada uno hacía la página central de chistes y bueno, allí estuve muy a gusto durante unos cuantos años.
J.A.R.: Y el Tío Vivo llegó a su fin…
J.: Recuerdo que cuando yo estaba aún en el Tío Vivo, que fue ya en los últimos momentos de la revista, yo tenía un montón de historietas de estas que te he dicho de Lidia y su hermanito Jaimito. Tenía por lo menos cien o ciento y pico. Y había un señor de la revista Lecturas, porque para esta revista también mandábamos chistes y allí salían publicados, y conocía al dueño. Sí, me parece que era el dueño, un tal Julio Bou, así se llamaba. Y me dijo: “Aquellas historietas que salían en el Tío Vivo, ¿las tienes?” Le dije que sí, y me las compró para publicarlas en la revista Lecturas. Y allí estuvieron saliendo a lo largo de no sé cuántos números, que no eran de página completa, eran de media página, y me hizo mucha gracia porque la revista Lecturas se vende por toda España.
J.A.R.: Vamos a conocer un poco más de usted. ¿A qué dibujantes admira y cuáles le han servido de inspiración?
J.: El dibujante que más he admirado ha sido un dibujante francés que se llama Sempé.
J.A.R.: ¿Jean-Jacques Sempé?
J.: El mismo. Es un dibujante que tiene un poco aquella cosa mía de hacer multitudes. ¿Sabes a lo que me refiero? Pero tiene un humor muy fino y me gusta mucho. Y luego el Sergio Aragonés, ¿tu has visto algo? Pues este también me encanta. Y bueno, hay una información que me comentabas momentos antes de empezar con la entrevista que no sé cómo te has enterado de que un día, al principio de todo, era yo muy jovencito, estuve comiendo con los grandes. Me refiero al Escobar, al Peñarroya, al Cifré… Para mi fue algo inolvidable. Imagínate tú, yo no sabía ni comer en un restaurante. Estaba allí doblado como un caracol sin lluvia. Una cosa… Pero fue muy agradable. Y con el que intimé bastante fue con Peñarroya, que incluso conocí a sus hijas. Y bueno, me tenían a mí como un chavalito, ¿sabes? Decían: “Mira, que aquel dibuja y tal”. Y me tenían como el aprendiz. Incluso hubo una época que en la Bruguera estuve de ayudante. Estaba en el estudio donde estaban los grandes, y recuerdo perfectamente cuando llegó de Madrid el Vázquez. Y le conocí, vaya si le conocí, y hostia qué tío… Siempre cantando y bailando y haciendo tonterías por allí.
J.A.R.: Era un tipo muy particular, ¿no?
J.: Vaya que si lo era. Cuando yo tenía la revista ésta que era un poco atrevida, después te hablaré sobre ella, nosotros teníamos un día de pago, que era a final de mes, y entonces venía un amigo suyo cualquier otro día y decía: “Mire, es que vengo con el recibo a ver si le pueden pagar porque el Vázquez se ha tenido que ir porque su padre está muy grave, que está en Murcia y tal…” Y nosotros nos lo tomábamos a cachondeo porque ya le conocíamos. “Dígale que vuelva otro día…”
J.A.R.: Tengo entendido que llegó a enterrar a su padre unas cuantas veces, ¿no?
J.: Sí, sí, unas cuantas veces. Es verdad, es verdad.
J.A.R.: Pero a pesar de todo, Vázquez era un genio.
J.: Para mí ha sido de los mejores. Todo el mundo ha bebido un poco de él. Los dibujantes de humor hemos bebido un poco de las cosas aquellas que hacía. Por ejemplo, cuando alguno de sus personajes corría, hacía aquella cosa que las piernas se convertían como en una rueda… Hay una cantidad de detalles que los inventó él. Es lo que dices tú, era un genio. Todo un gamberro, pero un genio.
(Imagen: Amaníaco Ediciones).
J.A.R.: ¿Y después del Tío Vivo y Lecturas?
J.: A partir de entonces, mi hermano trabajaba en Publicidad Gabernet, así se llamaba, y conocía a uno de los fundadores del Dicen…, una revista deportiva. Allí había un apartado que era un chiste que, al principio, lo hacía Cifré, un chiste diario de las cosas deportivas y tal. Llegó el momento en que el Cifré se cansó y entonces mi hermano le dijo al Albiach, que era uno de los fundadores del periódico, que su hermano dibujaba, que a lo mejor les podía interesar. Y me presenté y, sí, sí, me cogieron, y entonces estuve casi 10 años dibujando un chiste diario. Cada día, ¿eh?, cada día.
J.A.R.: Entonces debía estar diariamente al corriente de la actualidad…
J.: Me acuerdo que tenía que estar siempre pendiente de la radio, de lo que pasaba en el mundo del deporte, y antes no era como ahora, que se envía todo a través de Internet. Tenía que ir allí a dibujarlo. Pero como me gustaba tanto… Para mí aquello era divertidísimo, ir a la editorial, conocer a los periodistas, hablar con ellos… Incluso, a veces, venía algún jugador famoso o algún entrenador y yo también hablaba con ellos. Hasta me hicieron un carnet de prensa con el que yo podía ir a los campos de fútbol con este carnet, entraba a los vestuarios, veía a los jugadores cómo se duchaban, cómo se daban un baño en la piscina que había allí dentro y tal. Era muy divertido, ¿sabes?
J.A.R.: ¿Hasta cuándo?
J.: Fue una época impresionante. Pasé una época muy buena hasta que, claro, al casarme, ¡ostras!, esto de cada domingo, sobre todo cada domingo, tener que ir a ver el partido de fútbol y luego ir corriendo a hacer la crónica dibujada y tal, hubo un momento que mi esposa me dijo que los domingos son para salir tranquilos y tal. Y lo dejé, y entonces, después de mí, creo que fue el Escobar y, después, el Cubero, los que continuaron con el chiste éste.
J.A.R.: ¿Tenía título aquel chiste semanal para la revista deportiva Dicen…?
J.: ¡Claro! Aquel chiste se llamaba La Chistera, y firmaba yo. Y entre esto, el Tío Vivo y la tele, pues mira, iba tirando.
J.A.R.: ¿Alguna otra batallita televisiva a destacar?
J.: Pues mira… En la tele inventé un sistema que era, imagínate, era como una especie de caballete con un cuadro de madera y cristal, pero un cristal de estos opacos, ¿sabes?, de estos que no traslucen. Entonces yo ponía un papel vegetal pegado en el cristal y la cámara de televisión se ponía al otro lado, y dibujaba un chiste con un rotulador. Y claro, era muy divertido porque se veía cómo se iba haciendo, y la gente quedaba asombrada y, al final, aquello acababa siendo un chiste.
J.A.R.: ¿Qué ambiente se respira en un plató de televisión? Nunca he pisado ninguno…
J.: Esto fue una cosa muy divertida porque tenía que ir allí, a los estudios de televisión, y todo era muy familiar. Recuerdo que mientras que no había programa, íbamos al patio a jugar al fútbol. Todos nos conocíamos, era otro mundo, ¿sabes? Y gracias al Dicen…, los fundadores dijeron: “¡Oye! ¿Por qué no hacemos una revista tipo Codorniz, un poco atrevida, donde salgan unos chistes un poco picantes?” Total, que me nombraron a mí que fuera el redactor de PZ, así se llamó. Me pusieron un despacho al lado de dónde ellos tenían la oficina y yo recibía a todos los dibujantes. Era divertido porque los dibujantes que ya trabajaban para la Bruguera, y que tenían un contrato con ellos, cuando traían los dibujos iban firmados con otro nombre. Allí estaban el Raf, Pañella, Nadal, Enrich, Beltrán, García Lorente…
J.A.R.: ¿Recuerda alguno de estos segundos nombres?
J.: El Vázquez, por ejemplo, firmaba como Fontanillas, pero con el mismo estilo que hacía para la Bruguera. Era de risa, ¿no?
J.A.R.: Entiendo que al estar dibujando para Bruguera historietas dirigidas a niños y jóvenes, es posible que no se viera con buenos ojos eso de que ese mismo dibujante hiciera también material para adultos. De ahí lo del cambio de firma…
J.: Sí, sí. Pero bueno, él ponía Fontanillas y solucionado. Y allí conocí a muchos, por ejemplo, al Jordi Bernet, hijo de Jorge, el de Doña Urraca, que luego estuvo bastante tiempo dibujando a este personaje. Ya te digo, conocí a muchos dibujantes.
J.A.R.: ¿Qué ocurrió entonces con el Tío Vivo?
J.: Bueno, con el Tío Vivo hubo un momento que la cosa ya se fue diluyendo y entonces me fui a llamar a la puerta de la Bruguera. Allí me cogieron y, bueno, hice bastantes historietas.
J.A.R.: ¿Podría mencionar algunas de ellas?
J.: Recuerdo que hice historietas de un cazador que iba con un negrito que era su ayudante. Se llamaba Epitafio Perdigón. Luego la Bruguera cogió personajes de publicidad…
J.A.R.: Perdón por la interrupción. Llegados a este punto conviene señalar que estamos hablando de mediados de los sesenta, entre 1965 y 1967.
J.: Sí, mitad de los años sesenta, más o menos. Pues estaba también Blanquita Ese, que anunciaba un producto de limpieza y bueno, yo cogía a esta niña y hacía una historieta entera. Luego de turrón tenían no se qué de Almendrito…
J.A.R.: ¡Pepito Almendritos!
J.: ¡Sí señor! Pues yo también cogía el personaje y le hacía una historieta. Y luego hacían unos programas por televisión y sacaron la perrita Marilín, que era como una marioneta…
J.A.R.: Aquel programa era de principios de los setenta. Cita con Marilín se llamaba, y lo presentaba Herta Frankel.
J.: El mismo, ¿cómo puedes saber eso? Pues entonces de ésta también hice un personaje. Y hubo un momento que para la Bruguera hacía cuatro o cinco historietas, pero lo mío siempre ha sido, lo que más me ha gustado, es el chiste, y entonces en la Bruguera había una sección que la llamaban Creaciones Editoriales, donde cogían chistes y los mandaban por todo el mundo, y por ahí los vendían. Bueno, ellos los mandaban y las revistas de todo el mundo cogían los que les interesaban, y entonces a ti te pagaban 48 pesetas, de eso sí me acuerdo, y a cambio ellos lo vendían por todo el mundo. Y ya no cobra más, ¿sabes? Era de risa.
J.A.R.: Entonces nada de royalties…
J.: ¡Nada, nada! Cuando ibas a cobrar, detrás del recibo ponía: “Todos los derechos de los personajes quedan para la Editorial Bruguera”, todo era para ellos. Pero ya te digo, como me divertía tanto y me ha gustado siempre tanto el dibujo, pues tenía que proponer ideas. Cogía unos papeles finos que tenía, porque yo ya estaba metido un poco con la agencia de publicidad de mis hermanos, y cogía unos papeles finos de Din A4 y dibujaba las ideas. Y oye, cada semana mandaba 40 o 50 ideas y ellos, supongo que habrás oído hablar del señor… bueno, uno que era muy serio… ¿Tú has llegado a ver la película de Vázquez?
J.A.R.: Sí, claro, la del Santiago Segura.
J.: ¡Eso mismo! Pues aquí también sale este personaje, el señor Fernández…
J.A.R.: Señor González…
J.: ¡Eso, eso!, el señor González, es verdad. Pues yo al señor González le mandaba estas ideas y ellos me marcaban con una señal los que les gustaban y… ¡pim pam!, cada semana hacía la tira de chistes.
J.A.R.: Y de todas estas 40 ó 50 ideas, ¿cuántas podían ser aceptadas?
J.: Debía ser muy bueno, porque de 40 ó 50, me aceptaban 30, por ejemplo, y las que rechazaban yo me las guardaba. Al cabo de un tiempo, cogía estas mismas que no me habían aceptado, las ponía entre medias de las nuevas, y a lo mejor me las aceptaban entonces. Fíjate qué cosas. Era muy divertido. Y bueno, estuve bastante tiempo en la Bruguera hasta que, claro, con mis hermanos, la agencia se empezó a hacer grande y cogimos algunos clientes muy importantes. Y claro, había mucho trabajo. Entonces yo lo fui dejando un poco. Pero lo de los cacos lo hacía, hacía cosas, pues nunca he dejado de dibujar…
J.A.R.: ¿Recuerda cuánto tiempo estuvo en Bruguera?
J.: En la Bruguera yo diría que estuve… ¡buf!, unos 5 ó 6 años. Además, en la misma época en la que estaba en Bruguera con el Trant, otro gran amigo mío que colaborábamos juntos, estuvimos dibujando para unas revistas que se llamaban Pepe Cola, Mata Ratos, La Olla…
J.A.R.: ¿Alguna anécdota graciosa de aquella época?
J.: ¡Muchas! Recuerdo que él tenía una moto con sidecar. Yo me sentaba en el sidecar y bajábamos por toda la calle cantando: “¡Somos los más grandes!” Estábamos impresionados de todo el trabajo que teníamos. Lo que pasa, como te he dicho, con la agencia de publicidad yo ya me puse de lleno con mis hermanos. A uno le gustaba mucho lo de la publicidad, pero al otro no demasiado, hasta que dijo que él quería poner una zapatería. Y uno de mis hermanos puso una zapatería y el otro continuó con la agencia de publicidad, y yo pues no sabía qué hacer. Entonces decidí ir a ayudar un poco en la zapatería y otro poco en la agencia.
J.A.R.: ¿Cuándo empezó a rondar por su cabeza lo de poner su propia escuela de dibujo?
J.: Hace muchos años, siendo yo muy joven, mis padres dijeron: “Oye, a este que le gusta tanto el dibujo, ¿lo metemos en una escuela de dibujo?” Entonces me pusieron en la escuela, pero, ¡ostras!, la escuela de dibujo en aquella época era que te ponían un caballete con un papel grande y una carpeta. Estaba todo lleno de estatuas que tenías que dibujar con carboncillo y ponerles sombras y tal, y a mí esto me reventaba. Y luego también ponían allí unos bodegones con unas manzanas y unas verduras para pintar al óleo y a mí aquello me parecía muy aburrido. Y yo pensé: “¡Ostras, un día tengo que hacer esto!” Yo ya conocía el mundo de la publicidad porque antes de estar con mis hermanos estuve de aprendiz en una agencia de publicidad en la que había, por lo menos, unos 15 dibujantes, y claro, yo veía cómo dibujaban, que estaban en unas mesas inclinadas, y lo hacían con tinta china, con pinceles, con colores… Y yo decía: “¡Ostras!, esto hay que aprenderlo en algún sitio, ¿no?” Y desde siempre he tenido la idea de que algún día pondría una escuela como a mí me gustaría.
J.A.R.: ¿Cuándo supo que había llegado el momento de ponerse manos a la obra?
J.: Cuando mi hermano salió. Teníamos unos pisos y se fue de allí, porque las agencias de publicidad, no sé si tú lo sabes, siempre han tenido que tener una buena imagen, ¿sabes?, con una escalera, un ascensor y tal, y donde estábamos nosotros había una escalera un poco vieja. Entonces dije: “¿Sabes qué? Como aún tengo estos pisos, voy a poner una escuela”. Y empecé con amigos míos que siempre me decían: “¡Oye!, que tengo un hijo al que le gusta el dibujo, ¿por qué no le ayudas y le enseñas un poco?” Y empecé con esto, a coger a estos amigos, a estos hijos de amigos, al mismo tiempo que empecé a poner publicidad en el periódico, y mira, empezó a funcionar.
J.A.R.: ¿Con cuántos alumnos empezó?
J.: Al principio tenía 6 o 7 alumnos. Luego se sumaron otros cuantos, unos 12 o 15 en total, hasta que me decidí a poner un stand en el Salón del Cómic de Barcelona. Y chico, de tener 15 alumnos, de repente tuve 60, y tuve que avisar a un amigo mío que se llamaba Esteban Polls, un dibujante que trabajaba para el extranjero. Le pedí ayuda, y también le pedí ayuda a otro amigo que se llamaba Leandro Blasco y, entre todos, empezamos ya con la escuela un poco más en serio. Aquello empezaba a tener ya un poco de cara y ojos. Y empezamos con la escuela. Cada día teníamos más alumnos, y ya iba saliendo algún alumno que iba destacando. Alguno empezó a dibujar para El Jueves. Pero el dueño de estos pisos donde yo estaba un día me llamó y me dijo: “Oye, me pediste permiso para poner una escuela de dibujo y yo pensaba que habrían unos 6, 7 o 10 chavales. Pero es que ya tienes 70 u 80 y los vecinos se quejan y tal”. Y como él tenía la sartén por el mango me dijo que me tenía que marchar.
J.A.R.: Intuyo que esta marcha obligada fue para bien…
J.: Y fue una suerte, sí. Fue una suerte porque con el chaval que ya me ayudaba, que llevaba un poco la contabilidad, y el hermano de Esteban Polls, que luego ha sido el que ha seguido conmigo y que ahora es el Jefe de Estudios, Josep María Polls, no sé si tú habrás oído hablar de él, pues estuvimos buscando hasta que encontramos, en una calle por Sants, también en Barcelona, una fábrica de lámparas que estaba hecha una birria y tal. Pero bueno, a todos nos gustó el espacio. Tenía unas escaleras, unos techos altos… Y nos pusimos manos a la obra e hicimos una cosa muy divertida y muy bohemia. Hicimos un montón de dibujos por las paredes. Y allí empezó la escuela ya en plan serio, porque al cabo de un par de años propusimos que teníamos que hacer un curso que fuera como una carrera, que los alumnos se estuvieran preparando durante 4 años y que para entrar tuvieran que hacer un examen. Y al cabo de 4 años que salieran muy preparados de aquí. Y esto fue una suerte porque la noticia corrió como la pólvora.
J.A.R.: Y la escuela entonces siguió creciendo…
J.: Se habló de ello en el mundo del cómic y allí venían chavales que ya tenían su gracia, y claro, al estar allí dibujando entre ellos y con los profesores que yo tenía y tal, pues salían muy bien preparados. De la escuela ha salido gente, no sé si tú te habrás enterado, pero ha salido gente muy buena que ahora está ganándose la vida y que cobran muy bien.
J.A.R.: Con ese aumento de alumnos en masa imagino que la antigua fábrica de lámparas no tardó mucho en quedarse pequeña.
J.: Así es. Tiene gracia, ¿eh? Además, la calle no era muy transitada, eso junto a que se nos quedó pequeña la escuela. Entonces cogimos ya una escuela en la calle Entença, que es una calle ancha, y ya montamos una escuela con cara y ojos, hasta hoy en día. La escuela cuenta con todos los servicios que te puedes imaginar. Las clases hasta tienen una especie de aparatos para se renueve el aire y todo.
J.A.R.: Una trayectoria impresionante la de la escuela. ¿Cuántos años va a cumplir?
J.: Bueno, la escuela ahora sigue la mar de bien. Pronto hará cuarenta y pico, el otro día contábamos y creo que eran 45 ó 46 años. O sea, que ya tiene solera la escuela.
J.A.R.: Entonces… ¿Se fundó sobre el 76?
J.: ¡No, no, no! Empezamos en el 82, que si cuentas… A ver…
J.A.R.: Son 40 años. Entonces este año estamos de aniversario.
J.: ¿Ves? Y yo decía cuarenta y algo, ya me pasaba. ¿Sabes qué pasa? Que los dibujantes somos muy despistados, siempre estamos con lo nuestro y tal y de lo demás no nos fijamos tanto. Y bueno, imagínate, de los profes que tenemos, el Mike Ratera es de los que empezó en la primera escuela.
J.A.R.: Él entró allí en el 86, si no recuerdo mal.
J.: Sí, sí, sí, es de los primeros profesores. Me parece que es el tercer o cuarto profesor que vino a la escuela. Imagínate si han pasado años. No sé si él te ha hablado que cada año… bueno, menos este año de la pandemia, cada año vamos a un Salón del Cómic en Francia que está en un pueblecito que se llama Angouleme. Pues cada año cogemos dos autocares con alumnos y nos vamos a un albergue de allí, en este pueblecito, y estamos los tres o cuatro días que dura el Salón. Es muy divertido. Además, así se nos brinda la oportunidad de conocer distintas editoriales francesas y muchos chavales están ahora trabajando para Francia gracias a estos viajes. Llevan encima su Book y contactan con editoriales de allí, y mira, les ha ido la mar de bien.
J.A.R.: Bueno, pues hemos llegado al final…
J.: Pues hasta aquí mi historia…
J.A.R.: Joso, ha sido un placer conocerle y haber podido entrevistarle. Muchísimas gracias por todo y no olvide que aquí tiene un amigo para lo que necesite.
J.: Pues quedamos así. Un placer.