Tras volver de su viaje lunar,
Marcelino no se hace de rogar y vuelve a hacer de las suyas. Al final, el
regreso a la tierra fue mejor de lo que se esperaba y nuestro hombrecillo supo
mantener la compostura (puede que los 900 mililitros de sedante de hipopótamo
que le suministraron sus compañeros tuviese algo que ver).
En unos días, la sobrinita de
Marcelino iba a cumplir años, así que él, con toda su buena intención (como
siempre), decidió comprarle un regalito. Se acercó hasta la juguetería más
próxima y, de entre todos aquellos cacharros de plástico y peluche, escogió una
bella muñequita que seguro que hacía las delicias de su pequeña sobrina. Su
precio: 50 euros, aunque él pagó con un billete de 500 sin percatarse de que
tenía un cero de más. Ahora, que el dependiente tampoco puso de su parte a la
hora de devolverle el cambio.
En resumidas cuentas, que ni la
juguetería era una juguetería, ni la muñeca era una muñeca. El día que
Marcelino acierte con aquello que desea hacer, se habrá cavado su propia tumba,
pues esa será su última viñeta. Porque claro, ¿dónde estaría, entonces, la
gracia? Mientras que Marcelino siga por su camino, tendrá trabajo para rato…
En ocasiones, a la hora de idear
mis dibujos, busco la excusa perfecta para retorcer a mis personajes como si de
un trozo de fino alambre se tratasen. El dibujo de esta semana es una clara
muestra de ello, y si no, que se lo pregunten al pobre hombre que parece sufrir
en sus propias carnes los despistes de nuestro entrañable personaje.
Me gusta buscar posturas
imposibles con el fin de dotar a mis dibujos de un movimiento y ritmo
frenéticos, alejándolos de aquellas ilustraciones de antaño en las que los
personajes permanecían estáticos, rígidos y, aparentemente, carentes de
cualquier movilidad o articulación.
Son otros tiempos, y se aprecia
claramente como este autor va cogiendo más soltura y experiencia con cada nuevo
dibujo que va realizando. Y es que, en el mundo de la historieta, no hay más
escuela que la de uno mismo; esto es, agarrar un lápiz y un papel y dibujar,
dibujar, dibujar, hasta que sangren las yemas de los dedos, el culo y la silla
sean uno y los ojos se enrojezcan como cuando uno agarra un resfriado de tres
pares de narices.
Dicho esto, que disfruten con el
menú de esta semana.