El pasado sábado 10 de mayo,
inauguré la temporada playera dándome los primeros chapuzones del año en las
plácidas aguas del Mar Menor. Un servidor no llevaba sombrilla. Sólo iba
provisto de un par de toallas, una nevera repleta de víveres y unas cuantas
hojas en blanco por si se me iluminaba la bombilla.
Entre baño y baño, con la cálida
compañía de mi mujer y de unas cuantas medusas con cara de bonachonas, los
engranajes de mi cabeza empezaron a girar. Después, tumbado sobre mi toalla,
mientras el achicharrante sol secaba mi enrojecido bañador, engrasé dichos
engranajes para que éstos giraran con mayor fluidez.
Y ahí fue cuando me vino la
inspiración cual Espíritu Santo pero en forma de gaviota. Así que, sin perder
ni un segundo, agarré mi carpeta con las láminas y empecé a garabatear bajo la
atenta y amenazante mirada del astro rey.
Durante todo el proceso de
elaboración de aquella improvisada ilustración, varios curiosos no me quitaban
el ojo de encima. Pero ninguno se dignó a acercarse, yo creo que por miedo a
que les pidiera una limosna. Aunque, todo hay que decirlo, esa no era mi
intención.
Casi 60 minutos después,
intercalando varios paréntesis, ya tenía lista aquella página realizada,
íntegramente, a lápiz. Y no quedó del todo mal. Si alguien me hubiese ofrecido
una suculenta cantidad de dinero por ella, sin duda, la habría vendido. Pero no
se dio el caso. Así que la archivé en mi carpeta y la traje de vuelta a casa.
Transcurrida la jornada, la
nevera regresó totalmente vacía, y un servidor, achicharrado hasta las cejas.
El no haberme llevado una sombrilla me había pasado factura. Y es que, a veces,
me excedo de valiente… Aún así, y todavía recuperándome de las numerosas quemaduras
sufridas por todo mi cuerpo, regresé con una sonrisa en los labios porque ya
tenía entrada nueva para mi blog. Rarito que es uno…
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