Siguiendo en la línea de mi
última ilustración expuesta en este blog, vuelvo a publicar un dibujillo que
realicé hace unos días a escasos metros del agua del mar bajo la atenta mirada
de las olas.
Para esta segunda excursión
playera, sí que me fui provisto de sombrilla, aunque, tengo que reconocerlo, no
hizo falta ni bajarla del coche. El día fue transcurriendo tal cuál amaneció:
completamente nublado y con una ligera brisa más propia de un gris otoño que de
estas fechas. Pese al tiempo que se me presentaba de ventanas para afuera,
decidí liarme la manta a la cabeza y coger rumbo a las cálidas y sosegadas
aguas del Mar Menor.
Una vez allí, tumbado en la arena
sobre una toalla, entre tentempié y tentempié, y esquivando a los doscientos
vendedores ambulantes que tratan de meterte sus productos por las narices,
decidí aislarme del mundo que me rodeaba y centrarme en aquella inmaculada y
bella hoja de papel en blanco. Con el lápiz sobre la oreja, al más puro estilo
de los carpinteros más dicharacheros, me puse a observar todo cuánto me rodeaba
para tratar de buscar esa cosa que viene de vez en cuando y que algunos llaman
inspiración. Menos mal que ese día caminaba por allí y pude cazarla a tiempo.
De ahí nació el dibujete que
muestro a continuación, en el que podemos ver a dos niños construyendo los
típicos castillos de arena arropados por las olas del mar. Como es habitual en
casi todas mis obras, cientos de gags secundarios se ven repartidos por toda la
escena, obsesión heredada directamente de mi maestro Ibáñez.
P.D.: Esa jornada, a diferencia
de la anterior, regresé a casa con la piel sana y salva y con un nuevo dibujo
bajo el brazo. Esto se traduce en una nueva entrada (como ésta) para mi blog.
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