Ahora que se acerca el periodo
vacacional (el más esperado de todo el año, al menos, por mí), me complace
mostrar un impresionante original que reposa colgado de la pared central de mi
salón y que, cada vez que dedico unos minutos a contemplarlo, me traslada,
irremediablemente, hasta esa zona mágica rodeada por el Mediterráneo llamada
Ibiza.
En dicho lugar del archipiélago
balear disfruté mis pasadas vacaciones (verano de 2013) siempre en compañía de
mi mujer. El Ferry que partía desde Denia nos trasladó hasta la mencionada isla
cargados de maletas, ilusiones y ganas de pasarlo bien. Atracamos en el puerto
de Sant Antoni y llegamos hasta nuestro hotel, situado a escasos metros del
mar. Una vez instalados, ambos nos olvidamos del mundo que nos rodeaba, al
menos, durante nuestra estancia en Eivissa.
Impresionantes vistas desde el balcón de la habitación de nuestro hotel.
Alejados del ambiente de fiesta
que por sus calles se respiraba las veinticuatro horas (ya estamos un poco
mayores para estos trotes), nos dedicamos a relajarnos en sus impresionantes
playas y a hacer turismo alrededor de toda la isla.
Cierta noche, cuando salimos a
caminar por el paseo que bordea el puerto deportivo, llegamos hasta una plaza
donde había instalado un acogedor mercadillo. Allí, entre sus numerosos stands,
había uno que captó mi atención desde el primer momento. Había muchos
retratistas y caricaturistas, pero como aquel, ninguno (sin ánimo de
menospreciar a nadie). Justo en el momento de nuestra llegada, se encontraba
inmortalizando, a lápiz y carboncillo, a una joven pareja en una misma lámina. Me
quedé hechizado. Aunque mi mujer me tiraba del brazo para que siguiéramos
caminando, mis pies se quedaron anclados al suelo. Tras unos instantes, decidí
reanudar la marcha, siempre con esa sensación de que no me marcharía de Ibiza
sin antes pasar por las manos de ese artista.
Su nombre: Carlos Genicio. Pero decidí guardar mi secreto.
Una de nuestras últimas noches en
la isla, transitando por la misma zona portuaria, volví a detenerme frente al
stand que me atrajo sobremanera varios días atrás. Pero esta vez sí que había
llegado mi momento. Entonces fue cuando desvelé mis ocultas decisiones. Mi
mujer se quedó helada. No se lo esperaba.
Ella fue la primera en posar para
este maestro; yo lo hice después. Pero mis intenciones iban más allá de un precioso
retrato en blanco y negro; el mío tenía que ser a color. Lógicamente, ni el
precio ni el tiempo de realización serían los mismos, pero eso poco me
importaba.
Ciento veinte minutos más tarde,
y ya bien entrada la madrugada, Carlos Genicio había acabado su trabajo. Era
tarde, e imagino que Genicio estaría cansado, pero no por ello quiso acabar su
trabajo deprisa y corriendo. Todo lo contrario. Se esmeró con cada uno lo
indecible y no cerró su caja de lápices y ceras pastel hasta que aquellos
retratos no estaban a su gusto. Durante estas dos horas, mientras trabajaba, conversamos
largo y tendido, narrándonos un montón de anécdotas y regalándonos un breve
repaso de toda su dilatada carrera artística.
Pero llegó el momento de volver a
embarcar en el Ferry. Nuestra estancia en Ibiza había acabado, al igual que los
días de vacaciones. De allí regresé con muy buenos recuerdos, algunos imborrables,
y con dos grandes retratos realizados a pastel dignos de ser contemplados, como
mínimo, durante unos minutos al día.
Carlos Genicio (Carlos Díaz
Genicio) nació en Oviedo (Asturias) el 9 de junio de 1952, aunque reside en
Ibiza en la actualidad. Estudió en la Escuela de Artes de Oviedo, y ya entonces, empezó
a destacar por su talento, recibiendo varios premios por su increíble trabajo
artístico.
Desde su primera visita a la isla
en 1975, confiesa que quedó atrapado por su luz, por su puerto y porque había
personas de todos los rincones del mundo, y algo en su interior le dictó que
aquel lugar le vería volver algunos años después. Fue como un amor a primera
vista. Tras su regreso a Asturias, y después de vivir en París durante un
tiempo, regresó a Ibiza en 1979, ya sin billete de vuelta.
Instalado en la isla, dejó a todo
el mundo boquiabierto con su recreación de los murales de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, que Genicio
plasmó en los techos del Ristorante italiano Il Vaticano, en Sant Antoni. Otro
de sus trabajos más destacados fue la creación de carteles de publicidad para
discotecas de la zona, unas de las más importantes del mundo.
Además de éstos, Carlos Genicio
ha tocado, prácticamente, todos los palos durante sus muchos años de profesión.
Diseñó moda, fue ceramista (creó muñecas de terracota pintadas a mano) y se especializó
en retratar a turistas a orillas del puerto deportivo. Como anécdota, apuntaré
que, en una ocasión, trabajó para la
Policía, que quiso contar con él para que realizara el
retrato robot de un asesino.
Carlos también es profesor de
pintura. En invierno, cuando los turistas por la isla disminuyen en número,
imparte clases de dibujo y pintura a alumnos de arte. En sus ratos libres (si
es que le quedan), se dedica a otra de sus grandes pasiones: la pesca.
Algunas muestras de su increíble trabajo.
A continuación expongo una imagen
de mi retrato, ya enmarcado, obra del maestro Genicio. Y dentro de siete días,
en una segunda entrada dedicada a este autor, mostraré el retrato de Lorena, mi
mujer.
Así pues, continuará…
No hay comentarios:
Publicar un comentario