Todo lo que empieza, se quiera o
no, debe llegar a su fin. Por esta simple e irrevocable regla de tres, Al “calor” del hogar concluye hoy con
una página visualmente impactante. Formada por tan sólo un par de viñetas,
Segura, demostrando su sobrada maestría y que admiraba su trabajo, desarrolló
una última escena digna del mejor de los elogios.
Tras la conversación telefónica
mantenida con su empleado, el jefazo de Bromúrez es testigo directo de una
tragedia que, aunque anunciada, se presentaba inevitable. Una fuerte explosión
sucedida al otro lado del teléfono casi consigue provocarle un ataque al corazón
y dejarle sordo de ambos oídos al mismo tiempo. Efectivamente, tal y como aquel
hombre ya le había advertido, restos de munición habían quedado escondidos
entre las ramas y, al contacto con el fuego, ¡catapún!, todo a saltar por los
aires. El hogar de Bromúrez queda reducido a escombros, y no sólo esta
vivienda, sino también el resto del edificio acaba derrumbado por los suelos.
Como cabe esperar, la reacción de todos los vecinos del inmueble es de
auténtico asombro, y cada uno de ellos achaca el gran desastre acontecido a una
causa distinta ajenos al verdadero origen de la tragedia.
Todo este tinglado fue incluido
en la última gran viñeta de esta historia, la cual, ocupa casi toda la página
en su totalidad. Esta tremenda secuencia, tal y como está planteada, me
recuerda bastante a cualquiera de las aventuras vividas en ese loco vecindario ubicado
en la 13, Rue del Percebe.
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