Las apariencias engañan, las
cosas no siempre son como parecen y nuestra vista nos hace ver sólo aquello que
le interesa, mintiéndonos tal cual le parece. Tampoco el exceso de confianza es
bueno, que es justo lo que les ha ocurrido a los pajarillos de la presente
ilustración.
A veces, todo es tan mecánico y
repetitivo que hacemos las cosas casi sin darnos cuenta, dejándonos guiar por
la intuición y haciendo que la rutina nos pase factura. Por citar un ejemplo: sabemos
de sobra que los leones son fieros y muy peligrosos. Aún así, siempre nos
empeñamos en tocarlos (porque tenemos que sobarlo todo), e incluso hacernos
fotos con ellos.
A pesar de las advertencias que
se pueden leer en sus jaulas, metemos la mano entre los barrotes y le
acariciamos el lomo o la melena como si nada. El pobre animal, a pesar de ser
salvaje, se deja tocar, y hasta parece gustarle y todo. Como la experiencia ha
sido satisfactoria y no detectamos riesgo alguno, al día siguiente volvemos y
repetimos nuestra hazaña. Pero el animal empieza a mosquearse y, aún así, nos
deja hacer de las nuestras.
Con la llegada de un nuevo día,
volvemos al lugar de marras con la misma confianza que con la que vamos al baño
a hacer de vientre. Pero el animal, al reconocernos, se le pone una cara de
mala leche que no veas. Introducimos nuestro brazo entre los barrotes, le
pasamos la mano por su cabecita y… ¡ZAAAASSSS!, bocado de narices en todo el
brazo y miembro amputado. Pese a la tragedia, afrontamos aquel tropiezo con una
sonrisa (forzada, eso sí) y diciendo: ¿Éstooo?
¡Va, si no ha sido nada!
Lo mismo ocurre con un enchufe en
mal estado. Sabemos que, algún día, nos puede dar la corriente, pero aún así,
seguimos manipulándolo una y otra vez. Hasta que un día, el más inesperado, nos
pega el calambrazo y nos toca cerrar el pico, pues ya estábamos advertidos.
Lo que les sucede a los bichejos
de mi ilustración es algo más o menos parecido. Acostumbrados a ver cientos y
cientos de espantapájaros sin que exista peligro alguno, se confían demasiado y
piensan que todos son iguales. Pero aquí es donde se equivocan. El avispado
agricultor, cansado de que aquellos pajarracos arruinen sus cosechas, decide
disfrazarse de espantapájaros y plantarse allí en medio a esperarlos.
Enseguida, los alegres pajarillos, dándose golpes de pecho pensando que lo
saben todo, hacen aparición en la escena, como tantas y tantas veces habían
estado haciendo. Pero intuyo que aquella sería la última…
Dibujo excesivamente cargado
(cuando me pongo, me pongo) y repleto de pequeños detalles y gags secundarios,
el cual, has de estar observando durante horas para poder apreciar todo cuánto
en él se plasma.
Qué tengáis una feliz semana y
cuidado con el exceso de confianza, estáis advertidos/as.
Muy bueno Juan,esto tiene que llevar mucho trabajo, no te dejas detalle alguno.
ResponderEliminarSigue así,que a muchos nos gusta tu trabajo.
Saludos desde Boston.
Muy buen dibujo. Repleto por todas partes de detalles y gags. La historia que cuentas es verdad y deberíamos de tenerla más en cuenta porque se hacen las cosas a veces confiando en exceso de un pronóstico que consideramos veraz. El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, aunque estos pajarillos tampoco se alejan mucho de la naturaleza humana. Lo de la compresa con alas también es un puntazo bueno, jejej ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarjejej que bueno lo del pollo volando. Para ser un espantapájaros lleva un gran arma en la mano. Que no se confíen los pajarracos.
ResponderEliminarGran dibujo amigo.
Un abrazo.