El presente dibujo tiene para mí
un significado muy especial. Trataré de aclararlo.
La idea brotó de repente. Como ya
hice público en su día en este blog, el pasado 15 de julio (2015) nació
Gabriel, mi primer hijo. Pasados tres meses, cuando rebuscaba entre los papeles
de un voluminoso manual de instrucciones que se supone que debía ayudarme a
saber cómo rábanos se amarraba la silla del bebé a los asientos del coche, encontré
una de esas pegatinas que se adhieren al cristal trasero y que ponen “bebé a
bordo”. Me quedé mirando aquel dibujo plasmado en ese adhesivo plástico. La
verdad es que era feo de narices. Entonces se me encendió la bombilla: ¿y por
qué no hacerlo yo?
Fui corriendo hasta mi pequeño
estudio, me senté frente a la mesa de dibujo (antes tuve que quitar mil papeles
que la estaban sepultando) y calenté mi mano derecha hasta ponerla a punto para
empezar a dibujar. El papel en blanco esperaba aterrorizado frente a mí. Cuál
carpintero en mitad de la faena, me coloqué el lápiz sobre la oreja derecha
mientras ataba (mentalmente) unos últimos cabos.
Y llegó el momento. Al tenerlo
todo tan claro, la mano se movía a una velocidad de vértigo. Enseguida tenía
acabado el boceto a lápiz. El siguiente paso sería perfilar ese dibujo, perfeccionarlo
un poco antes de empezar con la tinta. Cuando esta labor estaba resuelta, llegó
el momento de decapitar el tapón del tintero. La mano seguía deslizándose sobre
el papel como unos zapatos comprados en los chinos sobre un suelo mojado.
Minutos después, el dibujo ya
estaba más o menos listo. Ahora tocaba borrar todo el lápiz y dar unas últimas
pinceladas. ¡Y listo! El siguiente paso, deslumbrarlo con el láser del escáner
y pasarlo al ordenador. Cogí la paleta de colores. Aquel ratón inalámbrico me
ayudó a seleccionar y colorear. Luego guardé la ilustración (ya acabada) en una
memoria USB, bajé corriendo a la copistería para imprimirlo a todo color, lo
plastifiqué y, ya por último, sólo me quedaba estamparlo sobre el cristal
trasero de mi coche.
Después de tantas carreras, acabé
agotado, con la lengua arrastrando. Pero al mirar el resultado final, expuesto
a la vista de cualquiera, veo que ha merecido la pena.
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